Turismo en Marruecos: mi experiencia en Fez y Marrakech

Vamos a visitar Fez y Marrakech, cuatro días en dos ciudades de Marruecos en donde la historia se puede ver, tocar y oír. Relato basado en mi experiencia de viaje dentro del circuito turístico en el año 2016.


Cuando iba a hacer este viaje, me daba rechazo la idea de que un destino pudiera ser mágico o ‘exótico’ de por sí. Tenía la ilusión de poder escapar de esas sensaciones marketineras, a veces engañosas, y de que podía, al contrario, conocer algo real, incluso estando  en el circuito turístico.

Según esta experiencia el viaje que hice en 2016, ambas cosas sucedieron un poco. El trayecto fue de Argentina a España, y desde ahí a Marruecos. ¿Empezamos?

En el puerto de Tarifa, al sur de España, te tomás un ferry para cruzar el estrecho de Gibraltar, que conecta el mar Mediterráneo con el océano Atlántico. Ya vislumbrás la costa africana. Una hora después, desembarcás en Tánger, Marruecos, y empieza el recorrido.

Es inevitable sentir la magia de estar caminando entre paredes que desde hace 11 siglos, ininterrumpidamente, le dan vida comunitaria a este suelo.

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Día nublado en la ciudad de Fez, 200 kilómetros al sur de Tánger. Te bajás de la combi en la Plaza de los Alauítas y empezás a caminar hacia las siete puertas de Dar el Majzén, la sede fezí del palacio real. De lejos, parece una estructura plana, como una gigantografía de dos dimensiones. Pero a medida que te acercás, descubrís que las puertas de bronce talladas, los azulejos y los arcos de herradura apuntados interactúan en un juego de volúmenes que avanzan y retroceden, opacidades que brillan y patrones que se reproducen, ilustrando el reinado artístico de la matemática. Por unos momentos, no escuchás nada más a tu alrededor. 

Es lindo emocionarse así, mirando puertas.

“Vamos a la medina”, grita Zahra, la guía, para reunir al grupo y seguir.

Quienes venimos de América siempre nos sorprendemos al ver calles angostas como pasillos, por donde los autos ni siquiera cabrían. La medina de Fez, de hecho, es considerada la mayor zona peatonal del mundo: su tamaño equivale al barrio de Retiro, Ciudad de Buenos Aires. Autos no, pero burros sí. La gente está en la calle: compran, venden, se saludan, van al trabajo, a la mezquita o a estudiar.

Siempre se dice que es recomendable no visitar la medina de Fez sin alguien que la conozca, o al menos sin una aplicación GPS, para no perderse en este laberinto amurallado de 9.000 callejones.

La belleza y la diversidad de las puertas que aparecen a cada paso maravillan los ojos y entorpecen la fluidez del recorrido. Cada puerta es una foto y cada foto, una publicación.

Es inevitable sentir la magia de estar caminando entre paredes que desde hace 11 siglos, ininterrumpidamente, le dan vida comunitaria a este suelo. Y estás a pasos de la universidad considerada la más antigua del mundo aún en funcionamiento: la Universidad de Karauín —que significa universidad ‘de los de Cairuán’—, establecida hace 1.163 años, cuando Europa transitaba la Edad Media. Y, pequeño detalle: fue fundada por Fátima Al Fihri, una mujer musulmana tunecina. 

Fue alma mater de mentes históricas como el médico y filósofo judío sefaradí Maimónides; el historiador Ibn Jaldún, a quien se considera fundador de las ciencias sociales modernas, y el Papa Silvestre II, presunto responsable de llevar desde Karauín a Europa el sistema de numeración decimal, junto a los números indoarábigos que hoy usamos y el concepto de cero.

Al Karauín

Como turista no musulmán, no es posible más que pispear desde la calle, a través de una puerta abierta, la mezquita de la universidad. 

En otros países, los no musulmanes sí pueden entrar a las mezquitas, pero en Marruecos quedó prohibido desde la época de la ocupación francesa, y luego de la independencia la restricción se extendió incluso a los santuarios sufíes. Cuenta la historia que las autoridades coloniales impusieron esta regla para evitar que los soldados franceses provocaran disturbios al irrumpir borrachos en las mezquitas, usándolas como un espacio liberado1.

Solamente dos mezquitas en el país están exceptuadas de esta ley: la de Hasan II en Casablanca construida sobre el mar y la de Tinmel en las montañas del Alto Atlas.


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La impresión que te dejó la medina perdura en vos cuando llegás a la fábrica cooperativa de cerámica artesanal. Zahra había comentado algo sobre las políticas del gobierno marroquí para conservar la tradición artesana, en especial la antigua técnica del zellige, que enorgullece a Fez, antigua capital imperial y hoy centro de las artes. De la palabra árabe zellige ( زليج ) —pronunciada con artículo suena ‘azuláiy’— viene la palabra azulejo. Esta técnica consiste en cortar teselas pequeñas piezas de cerámica esmaltada— con una especie de martillo de punta chata llamado mencach (منقاش), para después montarlas, según sus formas y colores, creando mosaicos. Algo parecido a armar un rompecabezas. Y de verdad te rompe la cabeza ver cómo lo hacen.

En el primer piso de la fábrica, un artesano joven está sentado sobre sus talones, inclinado hacia el suelo. Está disponiendo tesela por tesela, pero del lado del revés, por lo cual no podés ver los colores de lo que diseña. Sobre eso que armó en el suelo, distribuirá el aglomerante que al secarse mantendrá unidas las teselas, fijando el mosaico en un solo panel. El mismo tipo de paneles que revestían la fachada del recién contemplado Dar el Majzén. 


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Noche en Fez. Apenas entrás al restaurante Palais La Medina, te detenés. Te impresionan las paredes y las columnas. De nuevo: todo está cubierto por azulejos con hermosos patrones geométricos. Los techos y las celosías del primer piso son de madera tallada, calada y pintada. Todo se corona con arcos, frisos y mocárabes de yesería ornamental. No es el lugar que esperabas para una cena show, más bien sentís que estás dentro de una obra de arte. 

En el escenario hay cuatro músicos: un derbake, un riq —instrumento parecido a una pandereta—, un violín y el cuarto músico con laúd y voz. 

En la mesa somos varios, hay cuscús y otras comidas para compartir. Cuando te pasan un plato, divisás un ají verde y lo agarrás pensando en cuánto te gusta el picante, y tras comerlo te quedás sin poder hablar por los próximos 15 minutos. Hasta que empieza el espectáculo. 

Músicos en Palais La Medina. Foto de Nathalie Farías Wybert

Te eligen para ser la novia de la noche, y dos señoras te llevan al primer piso por las escaleras. Te cambian, te ponen un tocado muy grande y te suben en una especie de bandeja redonda llamada amaría (عمارية). Estás por protagonizar el simulacro de una boda tradicional marroquí-árabe.

El lugar está lleno y la música se puso festiva. Con tu vestido de novia amplio, color turquesa y esmeralda, vas hacia el escenario flotando, a bordo de la amaría que tres hombres acarrean sobre sus hombros. Un poco embarazoso al principio, pero sentís que te toca poner tu parte en el número, así que sonreís y con la mano vas saludando a los comensales, mientras todos hacen palmas, sacan fotos y agitan la fiesta. En el escenario te casás con otro turista y bailan. 

Lo bueno es que sólo te conocen los de tu mesa, quienes más lo disfrutaron.

A bordo de la amaría, con vestido y tocado de novia. Foto de Nathalie Farías Wybert.

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En árabe, el país no se llama Marruecos, ni Morocco, ni Maroc; se llama Al Magreb (المغرب),  que significa ‘el poniente’, por ser, geográficamente, el país árabe más occidental. Mágreb es un término que también se usa para denominar al conjunto de países del norte de África —Mauritania, Marruecos, Sáhara Occidental, Túnez y Libia— , por oposición al Máshrek (المشرق), que significa ‘por donde el sol sale’ y que incluye a todos los países árabes desde Egipto hacia el este.

El exónimo ‘Marruecos’ viene de ‘Marrakech’(مراكش‎), palabra de origen amazigh que da nombre a una de las cuatro antiguas capitales imperiales, y que es aún hoy, una de las ciudades más importantes. 

Ahora estás en Marrakech, en el zoco de Jemaa El Fna, el punto turístico más famoso de la ciudad. Como nunca habías pisado este tipo de mercado, te maravilla bastante una sensación de estar en otra época, a la vez que la globalización se explicita en tantos rincones: tiendas con mercaderías industriales importadas y camisetas de clubes europeos conviven con los negocios más tradicionales de alfombrería, metalistería, cerámica, marroquinería y marquetería.

A la vista, todo tipo de frutos secos, especias, dulces, y encurtidos. No sabías que había tantas maneras de comer aceitunas, ni tantas variedades de dátiles. Alrededor de los mostradores no hay lugar, entonces tomás un corredor menos poblado del zoco.

Buscando una especia en particular, parás en el puesto de un herborista. No vende lo que buscás, pero, de todas formas, él te hace unas demostraciones. Te parece un poco cliché, pero igual lo pensás: tiene aspecto de mago y así se comporta, tal vez a propósito. Piel marrón, ojos gris claro y anteojos. Vestido con una chilaba rayada blanca y azul, brazos largos y pocas palabras. Manipula un cazo con agua caliente, donde echa unos cristales alargados y transparentes. Te mira y te hace una seña para que te acerques a sentir el vapor mentolado, meneando el recipiente. Las fosas nasales se dilatan y los ojos casi lagrimean: tus vías respiratorias fueron destapadas.

Por supuesto, te llevás esa maravilla bien vendida, junto con otros remedios caseros y manufacturas perfumadas. 

Zoco en Marrakech. Foto de Dave Morris.

Seguís recorriendo el zoco.En el negocio de Rashid, las paredes están totalmente cubiertas con tapices y alfombras, de los que cuelgan, enganchados, aros con piedras y corales, brazaletes, colgantes y anillos. El anfitrión te invita a tomar asiento y te sirve un té con menta caliente, dulce y refrescante a la vez. “Esto es el whisky marroquí”, bromea Rashid en castellano, con la tetera plateada en alto, escanciando, para dar espuma. 

Eso es lo que se dice de esta bebida para ilustrar el rol que cumple en situaciones de camaradería o, como en este caso, de hospitalidad. El chiste de compararlo con el whisky radica en que desde 1967 está prohibida por ley la venta de bebidas alcohólicas a los musulmanes marroquíes, o regalarselas —lo cual no significa que no las consuman—. Algunos locales como hoteles, bares y supermercados de cadena multinacional suelen tener licencia para vender alcohol, algo que apunta, en gran parte, a complacer al turismo. Es también una industria: Marruecos es, por ejemplo, uno de los mayores productores de vino entre los países árabes y tiene 14 denominaciones de origen. 

Después del té, llega la hora de regatear, y Rashid te desafía a hacerlo en árabe, ya que le contaste que estudiabas el idioma.

Tras un acalorado intercambio en ‘árabeñol’, llegan a un trato y te llevás lo que querías, con la sensación de haber logrado algo —el acuerdo es el gran dividendo del regateo—, pero sin saber en realidad si el precio es bueno, normal o caro. 

Al salir del zoco, desde la plaza, podés ver la torre de la Kutubía: el alminar de la mezquita construída en el siglo XII, durante la era de los almohades. En el mismo siglo y a 800 kilómetros, del otro lado del Mediterráneo, fue construída otra torre a su imagen y semejanza: la Giralda, hoy campanario de la catedral de Sevilla, originalmente alminar de la mezquita de Isbilya (إشبيلية), nombre árabe que tenía entonces la ciudad andaluza.

Mezquita Kutubía con su alminar. Foto de Erik Olsson.

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Esta noche estás en el predio de Chez Ali, Marrakech. 

“Ir a Disney debe parecerse un poco a esto”, pensás, mientras pasás por una cueva de Alí Babá de fantasía. Desembocás en el interior de un palacio gigantesco de planta rectangular. El centro es una pista de arena al aire libre, casi del tamaño de una cancha de fútbol. Enmarcan la pista unas gradas y galerías blancas con salones techados, que simulan ser jaimas —tiendas para acampar en el desierto—.

Es una cena temática con espectáculo, que combina elementos de la tradición folclórica y gastronómica marroquí árabe-amazigh con fantasía de Las mil y una noches.

Te incomoda un poco tanta puesta en escena. Filas y filas de músicos y bailarines te dan la bienvenida como si supieran que hace dos días te casaste de mentira, y esta es la continuación del festejo. Mujeres y hombres tocan música, bailan y gritan zaghroutas. Cada banda y cada danza representa distintos pueblos y tradiciones musicales del país, como los tuareg o la música gnawa.

Te ubican en una de las jaimas, en una mesa con otros turistas. La música ahora está dentro de la jaima y cada vez que llega un plato, los músicos y bailarines hacen una fiesta.

En el medio de la mesa hay vino y una fuente enorme con bastilla, un pastel de masa filo relleno con carne de cordero especiada, de textura súpersuave y jugosa, con pasas de uva y piñones, espolvoreado con azúcar impalpable. Es una de las comidas más finas que probaste, con sabores potentes y delicadeza de pastelería. Pero si no te gusta lo agridulce, o si no comés carne, tu plato es un tayín humeante y perfumado de verduras y garbanzos. 

Después de la cena, todos los comensales salen de sus respectivas jaimas a las galerías, de cara al show que está por empezar en la pista. Hay danza del vientre, acrobacias a caballo, fuegos artificiales y un número de taburida (التّبُوريدَة), que es, según definición de la Unesco2, “una escenificación de cabalgatas militares” de acuerdo con ”convenciones y rituales ancestrales arábigo-amazighs”. 

Pero lo mejor, para el final. Después de los fuegos artificiales, a muchos metros de altura, una alfombra mágica con luces fluorescentes se desliza por el aire a través de la pista con una pareja a bordo, que agita sus brazos saludando al público. 

Es el Aladín de Disney, porque según la primera compilación de Las mil y una noches3 que incluyó esta historia, Aladín vive en China, no hay alfombra voladora y la princesa no se llama Jazmín, sino Badr Al Budur.

Entraste al palacio por la cueva de Alí Babá y cuando termina la noche salís por la cueva de las maravillas de Aladín.

Por las puertas te asomás a una parte de la historia, por la cueva entrás a momentos escenificados de magia y entretenimiento.

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Puertas antiguas entreabiertas y cuevas de Alí Babá, así puede resumirse una experiencia de viaje como esta. Por las puertas te asomás a una parte de la historia, por la cueva entrás a momentos escenificados de magia y entretenimiento.

Esto fue un viaje por Fez y Marrakech. Creo que es importante no perder de vista que, más allá del turismo, cualquier pueblo o nación es más que historia quieta y fantasía; es presente y realidad.

 


  1. E. Qureshi, M. A. Sells, (2003) The New Crusades: Constructing the Muslim Enemy, Columbia University Press, 32-33.
  2. “Tbourida”, UNESCO (2021). Recuperado de: https://ich.unesco.org/es/RL/tbourida-01483
  3. Versión de Antoine Galland, principios del siglo XVIII.

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