Las imágenes de niñas y niños desnutridos dieron la vuelta al globo. Yemen quedó para siempre asociado a la “peor crisis humanitaria del planeta”, como supo llamarla la ONU. Han pasado algunos años desde entonces y aun así la mitad de una población de 31 millones de habitantes necesita hoy de ayuda humanitaria para subsistir. Se estima que la guerra civil que comenzó en 2014 ha dejado al menos 160 mil muertos y que más de 4 millones de personas se han visto forzadas a dejar sus hogares para desplazarse a zonas más seguras o incluso optar por el exilio.
Con sus propias disputas por resolver, Yemen se convirtió en uno de los principales escenarios de confrontación entre dos gigantes: Arabia Saudita e Irán. Arrastrados a esa dicotomía y en medio de distintas fuerzas políticas que buscan hacerse con el dominio del país, los hutíes, un grupo de rebeldes chiitas que nació en los 90 como una organización política y armada, supo abrirse paso. Aunque la comunidad internacional no los reconoce como el gobierno legítimo de Yemen, hoy controlan el 30% del país, donde vive el 70% de la población.
Los hutíes controlan el 30% del país, donde vive el 70% de la población.
La fortaleza del grupo ha ido in crescendo a lo largo de años de conflicto armado, así también la popularidad de sus banderas. Es que su proclama antiimperialista resuena en varias partes del mundo como una oda de resistencia. Eso es especialmente cierto ahora que se cumple un año de asedio israelí sobre la Franja de Gaza. Los hutíes han creado una crisis en el comercio internacional por atacar a buques vinculados a Israel en el Mar Rojo. Esto los ha convertido en uno de los pocos grupos que intentan hacerle frente a lsrael más allá de la retórica. No sin consecuencias, claro está.
Las fuerzas hutíes y la coalición liderada por Arabia Saudita eventualmente se sentaron a la mesa. Aunque no hay todavía una resolución final, los canales de diálogo están abiertos. Sin embargo, el nuevo frente en el Mar Rojo y las represalias que ha sufrido Yemen por parte de Estados Unidos y el Reino Unido pueden convertirse en un obstáculo más para conseguir una paz duradera en Yemen.
Una guerra olvidada por el resto, una guerra ahora en suspenso. De eso hablamos en este artículo.
¿Qué hay detrás de los “partidarios de Dios”?
Se llaman a sí mismos “Ansar Allah”, los “partidarios de Dios”. Popularmente se los conoce como “hutíes”. Se trata de una milicia que lleva años disputando el poder en Yemen.
Deben su nombre a su fundador, Hussein Badreddin al-Houthi -un político y erudito religioso- y siguen la rama zaidí del islam chiita. Por casi mil años, gran parte del Yemen moderno de hecho vivió bajo un imanato zaidí. El imanato fue derrocado en 1962 y si bien los hutíes no buscan necesariamente restaurar ese sistema de gobierno, su surgimiento como movimiento político y religioso en la década de los 90 tuvo que ver con proteger las tradiciones zaidíes en el país y recuperar algo de su influencia. Con el tiempo fueron asumiendo otros rasgos, pero su lucha tiene, sin dudas, raíces en esa marginalización que sufrieron tras la caída de su gobierno y la necesidad de una mayor inclusión política.
Una de las banderas que suma adeptos es su rechazo a la opresión y dominación extranjera en los países musulmanes, que se expresa en una retórica antiimperialista y antisionista.
Una de las banderas que suma adeptos es su rechazo a la opresión y dominación extranjera en los países musulmanes, que se expresa en una retórica antiimperialista y antisionista. Frente a eventos como la invasión estadounidense de Irak en 2003, los hutíes se enarbolaron como una fuerza de resistencia contra ese tipo de intervención. Su eslogan es bastante contundente: «Dios es Grande. Muerte a América. Muerte a Israel. Maldición a los judíos. Victoria para el islam».
Después de que Hussein fuera asesinado, su hermano Abdul Malik al-Houthi tomó las riendas del grupo que hoy controla el noroeste de Yemen y su capital, Saná.
De aquellas imágenes de combatientes en chancletas poco queda. Los hutíes hoy tienen un arsenal que incluye misiles balísticos y de crucero y drones de largo alcance. Son respaldados por Irán, la mayor potencia chiita en la región, que ha sido acusado de brindar apoyo militar a los rebeldes hutíes. Teherán lo niega pero dice apoyar su lucha.
¿Cómo, entonces, llegaron a donde están hoy?
Para el pueblo lo que es del pueblo
Lo que hoy es Yemen estuvo alguna vez dividido entre norte y sur. No se trata de un mero dato geográfico: el pasado y las dinámicas de poder de uno y otro lado de la frontera marcaron el curso de la historia hasta nuestros días.
La caída de la Unión Soviética trajo consigo la unificación. El norte y el sur se fundieron en un solo país bajo la presidencia de Ali Abdullah Saleh, que ya gobernaba el norte desde 1978. Pero la transición no fue tan simple. Los allegados a Saleh controlaban el ejército y la economía, la mayoría de los recursos del país se invertían en Saná, la capital de Yemen del Norte, y las acusaciones de corrupción inundaban el espacio público. El descontento crecía en todas partes: desde el sur que venía germinando un sentimiento separatista, hasta los hutíes del norte que eran perseguidos, marginados políticamente y excluidos económicamente.
Esto llevó a enfrentamientos directos y a que la comunidad chiita se organizara en torno al liderazgo de al-Houthi. Saleh los acusaba de intentar derrocar al gobierno y en consecuencia inició una campaña militar en 2003 contra los hutíes que incluyó el asesinato de su líder, Hussein Badreddin al-Houthi en 2004. Aun así, el grupo resistió los embates y se levantó en sucesivas ocasiones contra la autoridad de Saleh hasta que acordaron un cese el fuego en 2010.
Si bien las diferencias entre chiitas y sunitas son una realidad en Yemen, no es cierto que la religión sea el eje del conflicto.
Y un día la primavera árabe llegó también a Yemen. Corría el año 2011 cuando, inspirados en los levantamientos que estaban ocurriendo en otros países de la región, las y los yemeníes decidieron enfrentarse a un gobierno que había permanecido demasiado tiempo en el poder. Las restricciones a las libertades políticas y la disidencia, el desempleo, la corrupción, tenían que tener un precio. Las manifestaciones se extendieron por distintas ciudades y los hutíes se subieron al tren. Exigían la renuncia de Saleh y Saleh respondió con represión. La luna de miel para el pueblo yemení fue corta: los balazos de la policía acabaron con la vida de cientos.
Y aunque las protestas y la presión internacional lograron en efecto la destitución del presidente a fines de ese año, el poder quedó en manos de quien fuera su vicepresidente, Abd Rabbuh Mansur al Hadi. Las viejas élites seguían a cargo.
La guerra que el mundo olvidó
Uno de los grupos escépticos sobre el acuerdo de transición fueron precisamente los hutíes. Aprovechando su crecimiento como fuerza política, el incremento en sus filas y la poca popularidad del ahora primer mandatario Abd Rabbuh Mansur al Hadi, los rebeldes hutíes buscaron tomar el control y reemplazar al nuevo gobierno. Irónicamente, para hacerlo, se aliaron a las fuerzas de Ali Abdullah Saleh, el antiguo líder del régimen al que se habían opuesto por años. Saleh quería venganza y mantenía una influencia significativa en el país, con gente que todavía le era leal en redes militares, tribales y políticas. Tanto Saleh como los hutíes habían quedado fuera de la formación del nuevo gobierno y tenían un enemigo en común: el actual presidente Hadi.
Quienes hoy combaten o se proclaman seguidores de los hutíes, fueron niños que atravesaron las ofensivas de Saleh de principio de siglo: la guerra fue la norma de sus infancias.
Y entonces en 2014 capturaron la provincia de Sadá en el norte de Yemen y avanzaron hacia el sur para conquistar la capital, Saná. Tomaron el palacio presidencial e instauraron un “gobierno revolucionario”. El presidente Hadi se vio obligado a huir del país y buscar refugio en Arabia Saudita.
Lo que empezó como una guerra civil escaló fuertemente cuando Arabia Saudita metió la nariz. El vecino imponente que ve a Yemen como su patio trasero no podía permitir este nivel de revuelo. Quería proteger su propia frontera y prevenir que Yemen se fragmentara. Elizabeth Kendall, especialista en Medio Oriente por la Universidad de Oxford añade que Arabia Saudita veía en los hutíes la amenaza de la influencia de Irán en la región. Querían derrocar al grupo de rebeldes y restaurar el gobierno del presidente Hadi y para eso decidieron bombardear la región, respaldados por Emiratos Árabes Unidos y Bahréin y auxiliados por la inteligencia y las armas de Estados Unidos.
Al mismo tiempo, impusieron un bloqueo terrestre, naval y aéreo de Yemen haciendo casi imposible el ingreso y egreso de suministros como comida, combustibles y medicina en un país que importaba el 80% de sus alimentos (BBC, 2015). A la hambruna y la desnutrición se le sumó el peor brote de cólera jamás registrado, agravado por el bombardeo de instalaciones de tratamiento de agua y hospitales, la falta de combustible para las bombas de agua y las pilas de basura sin recoger que ayudaban a propagar la enfermedad. Mientras los organismos de derechos humanos denunciaban ataques indiscriminados a civiles por parte de la coalición liderada por Arabia Saudita y el reclutamiento de niños para el combate por parte de los hutíes, la ONU dio a Yemen el lugar de “la peor crisis humanitaria del mundo”.
A pesar de la brutal ofensiva, la destrucción de infraestructura en zonas bajo su control y la falta de reconocimiento de la comunidad internacional que no ve a los hutíes como el legítimo gobierno de Yemen, el grupo siguió dominando grandes áreas del país. Y mientras en un principio se concentraron en operaciones defensivas, comenzaron luego a atacar también el territorio vecino.
En 2017 se desmoronó la alianza con el ex presidente Ali Abdullah Saleh, a quien los hutíes asesinaron días después de que se mostrara en televisión abierto al diálogo con la coalición liderada por Arabia Saudita.
Durante años, los intentos de procesos de paz liderados por las Naciones Unidas fracasaron. Pero eso cambiaría en el 2022. La ONU logró mediar un acuerdo por un cese al fuego que duraría dos meses y que fue luego extendido por dos meses más. El presidente en el exilio, Abd Rabbuh Mansur al Hadi, transfirió el poder al Consejo de Liderazgo Presidencial, una entidad con sede en Riad conformada por siete miembros y presidida por Rashad al Alimi, una figura pro saudí.
Aunque el alto al fuego expiró, las partes involucradas evitaron una escalada significativa de la violencia. Esto creó una especie de «tregua de facto,» con enfrentamientos limitados, pero sin un acuerdo oficial para finalizar el conflicto. En 2023 se reanudaron los intentos de llegar a un acuerdo de paz. Omán ha conservado un rol activo en estos esfuerzos gracias a que, al no haberse unido a la coalición liderada por Arabia Saudita, ha mantenido canales de diálogo abiertos con ambos bandos durante estos años.
Pero, ¿qué cambió? ¿Qué hizo posible la posibilidad de entablar estas negociaciones? Además de que el conflicto armado estaba durando mucho más de lo previsto –con los costos y las pérdidas que ello implica-, en el medio ocurrió un hecho histórico: Arabia Saudita e Irán, viejos rivales, estaban llevando a cabo conversaciones bajo el auspicio de China para restablecer relaciones diplomáticas. Después de cuatro décadas enfrentados, «la nueva Guerra Fría de Medio Oriente», como algunos le han dado en llamar, podría estar entrando en una nueva etapa.
Solidaridad con Gaza
Recientemente los hutíes volvieron a ganar protagonismo por su intención de abrir un nuevo frente contra Israel.
La intensificación del asedio Israelí contra la Franja de Gaza desde octubre del 2023, al momento ha dejado más de 40 mil palestinas y palestinos muertos y está siendo evaluado por la Corte Internacional de Justicia como un posible genocidio.
Ante esta realidad, los hutíes, declarados enemigos de Israel y de Estados Unidos -que provee la ayuda militar necesaria para que Israel cometa crímenes de guerra en Gaza-, decidieron tomar cartas en el asunto. Lo hicieron a través de ofensivas con misiles y aviones no tripulados hacia territorio israelí y ataques a embarcaciones vinculadas a Israel o sus aliados o que se dirigieran hacia ese país en el Mar Rojo. En noviembre se hicieron virales las imágenes de cómo utilizaron un helicóptero para apoderarse de un buque vinculado a un empresario israelí y secuestrar a la tripulación.
Esto afectó al transporte marítimo internacional: muchas empresas tuvieron que optar por otras rutas comerciales más largas, teniendo que desviarse por el Cabo de Buena Esperanza en Sudáfrica, lo que supuso un aumento de los tiempos y costos. Según el diario español El Mundo, a raíz de esta situación, los precios por contenedor entre China y el Mediterráneo crecieron un 44% el último diciembre.
Los hutíes han creado una crisis en el comercio internacional por atacar a buques vinculados a Israel en el Mar Rojo. Esto los ha convertido en uno de los pocos grupos que intentan hacerle frente a lsrael más allá de la retórica.
Es que no hablamos de cualquier ruta marítima: se trata de la vía más corta entre Europa y Asia que conecta Europa también a África Oriental. El Canal de Suez concentra el 12% del flujo comercial de todo el mundo y es crucial para el transporte de petróleo y gas natural licuado. Pero pasar por el Canal de Suez hacia o desde el Océano Índico implica transitar el estrecho de Bab al-Mandab y el Mar Rojo.
Si bien muchos de estos proyectiles han sido interceptados por buques de guerra estadounidenses, británicos y franceses, algunos sí fueron alcanzados. En diciembre Estados Unidos creó la coalición «Guardián de la Prosperidad» en respuesta a los ataques hutíes y, junto al Reino Unido, han lanzado una serie de ofensivas hacia la capital de Yemen y otras áreas controladas por los hutíes que resultaron en muertes.
Aunque para Yemen esto ha supuesto una especie de flashback a los años de bombardeos de su propia guerra, parte de la población cree que se trata de un medio legítimo para presionar a Israel y sus aliados.
El grupo dice que cesará sus ataques cuando Israel deje entrar la ayuda humanitaria a Gaza y detenga su asedio sobre las y los palestinos. Si bien esta muestra de solidaridad hacia el pueblo palestino representa una medida mucho más contundente que la mera retórica expresada por otros países árabes, también acarrea algunos beneficios para los intereses hutíes. Causar daños de cualquier tipo sobre Israel y sus aliados resuena bien entre sus bases, representa una demostración de fuerza hacia sus rivales y le permite ganar cierta notoriedad internacional. Después de todo, hace meses que los hutíes aparecen en las portadas de los diarios por su accionar en el Mar Rojo frente a la inacción de tantos otros actores ante lo que está pasando en Gaza.
El camino hacia la paz
Existe una tendencia a asumir que todo conflicto en el mundo árabe se vincula, indefectiblemente, a lo religioso. Si bien las diferencias entre chiitas y sunitas son una realidad en Yemen, no es cierto que sea ese el eje del conflicto. No es en la violencia sectaria donde se encuentran las raíces del por qué. Eso no significa que la intervención de países como Irán o Arabia Saudita no hayan profundizado esa división de la población en un país donde ambas ramas del Islam supieron convivir. Pero no se puede hablar de Yemen sin pensar en las disputas de poder, las heridas abiertas del pasado, lo que cada grupo entiende como justicia y sí, cómo las dinámicas de identidad influyen en todo eso.
Ante la inercia de quienes reducen la discusión a las demostraciones de fuerza, a las lógicas de la geopolítica, a la mirada realista de las relaciones internacionales, existe el riesgo de pasar por alto eso que está en el centro de cualquier conflicto y, por ende, de su resolución. Quienes hoy combaten o se proclaman seguidores de los hutíes, fueron niños que atravesaron las ofensivas de Saleh de principio de siglo: la guerra fue la norma de sus infancias. Los dolores de un pueblo pasan de una generación a la siguiente y cualquier intento de paz duradera que ignore ese sentir verá inevitablemente truncado su camino.
Los dolores de un pueblo pasan de una generación a la siguiente y cualquier intento de paz duradera que ignore ese sentir verá inevitablemente truncado su camino.
En ese marco, aunque las partes hayan aceptado sentarse a la mesa de negociación, no está todo dicho. Es cierto que hace un tiempo parecía imposible que funcionarios saudíes y hutíes se reunieran públicamente y es, sin duda, una señal de progreso. Sin embargo, eso que Arabia Saudita e Irán lograron profundizar en Yemen tuvo su punto de partida efectivamente en una guerra interna: hay distintos grupos dentro del territorio que aún no han satisfecho sus demandas, hay desigualdades y un país (o más de uno) por construir. Al fin y al cabo, que determinados sectores se unan en función de un enemigo común no elimina las diferencias que puede haber entre ellos. Y es que vale aclarar que, si bien este artículo se ha enfocado en la historia de los hutíes, Yemen ha visto la conformación de múltiples milicias, fuerzas tribales, movimientos separatistas y una dinámica cambiante de alianzas y tensiones entre unas y otras.
A esto hay que sumarle el hecho de que no está claro el nivel de cohesión de las coaliciones que se formaron en estos años. ¿Respaldarán los miembros lo que firmen sus líderes si es que se llega a un acuerdo serio? ¿O traerá el futuro una nueva versión de la guerra civil que hundió al país en una de las crisis humanitarias más terribles del mundo?
La paz, además, es mucho más compleja que un cese al fuego, la firma de un papel y el intercambio de prisioneros. Años de crímenes de guerra, violencia y propaganda van sedimentando en algo difícil de destruir de un momento para el otro. En su informe de 2023/2024, Amnistía Internacional manifiesta que “tanto el gobierno de Yemen reconocido internacionalmente como las autoridades de facto hutíes (…) continuaron hostigando, amenazando, deteniendo arbitrariamente, sometiendo a desaparición forzada y procesando a personas por ejercer pacíficamente su derecho a la libertad de expresión, y de religión o de creencias.” Asimismo, la entidad denuncia que “todas las partes en el conflicto restringieron la distribución de ayuda humanitaria.”
Sin haberse dado la posibilidad de ofrecer justicia por un pasado turbulento y frente a un presente en el cual la solidaridad con Gaza ya está teniendo sus repercusiones, el futuro del país es incierto. Los problemas que llevaron a tantos años de sufrimiento no han sido abordados por completo.
El logro de disminuir la violencia entre las partes, sin embargo, es el primer paso para poder, algún día, pensar en modelos de representación que incluyan a toda la población. Con un poco de suerte, será tarea de las y los yemeníes -que ya suficiente se han intentado imponer soluciones desde afuera y (spoiler alert) nunca funciona.
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Melisa Trad es periodista, viajera y activista, especializada en política internacional desde una perspectiva del sur global, con un Máster en Seguridad Internacional.