El origen de la “Cuestión Palestina” y la Nakba

Llave del derecho al retorno palestino

La “Cuestión de Palestina” comienza a delinearse en la etapa final del dominio otomano en la región. En términos históricos, podemos situar su origen con la fundación de las primeras colonias sionistas en su territorio, durante el último cuarto del siglo XIX.

Contrariamente a lo propagado por el movimiento sionista, Palestina no era una “tierra sin pueblo”. En vísperas de la Guerra de Crimea (1853-1856) habitaban en su territorio más de medio millón de personas1. La enorme mayoría eran creyentes islámicos que convivían con fieles cristianos y judíos, los cuales -conjuntamente- apenas superaban un décimo de la población.

Palestina tampoco era una “tierra desértica” como las narrativas sionistas han difundido. Bajo el sistema de vilayatos y sanjaks otomanos, tuvieron gran importancia política y religiosa urbes como Jerusalén, Acre, Nablus y Hebrón. Además, en el ámbito comercial se destacaban los centros portuarios de Jaffa, Haifa y Gaza, ligadas al intercambio regional e internacional. Cierto es que el paisaje de la época era predominantemente rural, pero eso no puede reducirse a la imagen de un extendido ambiente despoblado.

  • Jaffa, ciudad palestina antes de 1948
  • Cine palestino Al-Hambra en Jaffa
  • Pescadores palestinos en Jaffa, Palestina
  • Jaffa, ciudad palestina antes de 1948

En ese contexto se desarrolló una mayor apertura y contacto con las sociedades occidentales, principalmente a partir de la llegada de sucesivas misiones educativas, sanitarias y religiosas, atraídas por el valor simbólico y espiritual de Tierra Santa. La primera etapa del arribo de los colonos sionistas -a partir del año 1878, con la fundación del asentamiento de Petah Tikvá- se produjo en este marco, por lo que no despertó mayor desconfianza.

Pero en 1896 (y luego en 1901) , con el apremio que significaba el agravamiento de la “Cuestión Judía” en Europa, el líder de la Organización Sionista Theodor Herzl, viajó a Constantinopla donde fue recibido por el Sultán Abdul Hamid II. La entrevista dejó en evidencia los objetivos sionistas: lograr la cesión de Palestina a cambio de ofrecer apoyo financiero al endeudado sultanato. Si bien la gestión resultó infructuosa, el líder europeo judío logró viabilizar la compra de tierras y el asentamiento de migrantes, al inicio en la Mesopotamia y Siria, más luego en Palestina.

La relación entre el movimiento sionista y el Sultán fue heredada por el gobierno de los Jóvenes Turcos, entre quienes el nacionalismo judío contaba con miembros fundadores, protectores y simpatizantes que actuaron como grupos de presión, en función de sus metas2.

Palestina no era una “tierra sin pueblo”, habitaban en su territorio más de medio millón de personas. El 90% eran creyentes islámicos que convivían con fieles cristianos y judíos.

La penetración imperialista europea en los dominios otomanos

A fines del siglo XIX, el Imperio Otomano se encontraba en proceso de repliegue, luego de resignar posesiones en el sudeste europeo y el norte africano.

Por entonces, los mecanismos que las potencias occidentales desplegaron para ampliar sus áreas de influencia en el mundo fueron el colonialismo- es decir, la dominación formal o directa- y el neocolonialismo, esto es, la dominación no formal o indirecta. Para el caso del Imperio Otomano, una combinación de estos dispositivos se constata en las acciones de estas potencias, principalmente Gran Bretaña y Francia.

Entre las estrategias imperialistas para alcanzar el dominio no formal se destaca el impulso de misiones humanitarias para amparar a las “poblaciones sufrientes”, minorías oprimidas en un contexto de atraso y barbarie, según el discurso orientalista.

En lo atinente a la “Cuestión de Palestina” resulta importante destacar que, de manera temprana, Lord Palmerston manifestó la idea de transformar a Gran Bretaña en “protectora de los judíos”. Quien fuera Primer Ministro del Reino Unido propuso, ya en el año 1838, que así como Francia protegía a los católicos y Rusia a los ortodoxos que vivían bajo autoridad islámica otomana -y siendo que su país no tenía protestantes por los que debiera velar- los judíos tendrían que ser la minoría favorecida. Palmerston fue el primero de una serie de altos funcionarios británicos que se manifestó al respecto, expresando una síntesis entre convicción religiosa e intereses geopolíticos imperiales que se repetiría en décadas siguientes.

Tropas británicas en Jerusalén
Tropas británicas en Jerusalén durante la Gran Revolución Palestina, en 1937. Fuente: Daily Express/Getty Images

He aquí un antecedente de los planes colonialistas que darán origen al Estado de Israel:

En cuanto a las estrategias imperialistas para el dominio colonial de las posesiones otomanas, se remiten a la conquista territorial, desplegada fundamentalmente en el norte de África.

Vale destacar que en esta región -específicamente en Egipto- fue construida la principal obra de infraestructura de la época, el Canal de Suez. Este estratégico paso fue inaugurado en el año 1869 y estuvo en el centro de las disputas interimperialistas mantenidas por Gran Bretaña y Francia. Las potencias rivalizaron en función de optimizar la ruta hacia el sudeste asiático y la India, las más importante colonia inglesa por su riqueza y su tamaño.

Hebert Sidebotham -fundador del sionista Comité Británico Palestino- afirmó prístinamente, en relación a los intereses del Reino Unido en Egipto y el emplazamiento del Estado Judío, que “(…) ninguna alarma al sistema de defensa para nuestras comunicaciones con el Este debe ser hallado en la línea del Canal”. Y más adelante, “(…) análogamente a nuestra experiencia en la India, pareció igualmente importante que nosotros hiciéramos de este bastión un Estado-tapón, y la única raza capaz de crear semejante Estado eran los judíos”3.

Durante el Mandato Británico, el sionismo sentó las bases para la conformación del Estado de Israel. La comunidad europeo judía en Palestina pasó de constituir un décimo de la población a un tercio sobre el final del Mandato.

He aquí otro precedente de los proyectos coloniales que dieron forma al Estado de Israel:

A comienzos de la Primera Guerra Mundial, el Imperio Otomano se hallaba prácticamente reducido al área del sudoeste asiático. Ya sin compostura alguna, al encontrarse en alianzas enfrentadas en el campo militar, las potencias de la Triple Entente -otra vez, con el liderazgo británico y francés- promovieron distintos acuerdos para repartir este espacio geográfico. Gran Bretaña estuvo decididamente implicada en lo concerniente al destino de Palestina, debido al valor estratégico asignado.

Simultáneamente, impulsó tres compromisos ante distintos interlocutores, que anunciaban un futuro incierto para la región. Por el Acuerdo Sykes-Picot (1916) se definían áreas de control directo y territorios de influencia en el “Oriente Próximo” a cargo de Gran Bretaña y Francia y se asignaba a Palestina el status de zona bajo control internacional.

Al mismo tiempo, a través de la correspondencia entre el jerife de La Meca, Hussein Ibn Alí y el Alto Comisionado británico en El Cairo, Henry Mac Mahon, se establecía que el Reino Unido apoyaría la creación de un reino árabe independiente. Tal entidad se emplazaría, imprecisamente, en los territorios ubicados desde Siria a Yemen, incluyendo a Palestina. Finalmente, como producto del lobby ejercido por un influyente grupo de figuras públicas impulsado por el barón Edmund Rothschild, la Corona británica promovió la Declaración Balfour. A través de ese texto el gobierno del Reino se comprometía ante la Federación Sionista, en el objetivo de crear un hogar nacional judío en Palestina4.

Fuerzas de Ocupación Israelíes expulsando palestinos
Fuerzas de Ocupación Isralíes expulsando palestinos de Ramallah, 1948 / Fuente: IDF and Defense Establishment Archives

Palestina: colonialismo por implantación y desplazamiento de población

En noviembre de 1917 el comandante británico Edmund Allenby invadió Palestina. Sobre el fin de la Gran Guerra, los ingleses tomaron el control de facto del territorio a través de un gobierno que, posteriormente, intentó legitimarse por Mandato de la Sociedad de las Naciones.

Tras dos años de dominio militar, el Mandato Británico designó como primer Alto Comisionado a Herbert Samuel, un inglés de confesion judía, liberal y sionista, que había expuesto la idea del protectorado británico en Palestina y la colonización europeo-judía en su “Memorándum sobre Palestina”. Claramente, como Samuel lo proyectó en ese documento, un Estado Judío creció bajo la soberanía de Gran Bretaña.

En las tres décadas que duró el Mandato Británico, el sionismo sentó las bases para la conformación del Estado de Israel.

Indudablemente, el factor decisivo de esta etapa fue la implantación poblacional, que adquirió notable intensidad. Impulsada tanto por la judeofobia creciente y los crímenes que llevarían al genocidio perpetrado por el nazismo, como por los límites a la inmigración impuestos por los Estados Unidos fundamentalmente, la comunidad europeo judía en Palestina pasó de constituir un décimo de la población en el inicio del Mandato Británico a representar un tercio sobre el final.

Paralelamente, los planes de transferencia de los palestinos, expresados en forma sigilosa desde el origen del proyecto sionista, tomaron consistencia al ser elaborados con percepción real del territorio y sus comunidades. La expulsión de los palestinos, con la que se fantaseaba a fines del siglo XIX y que empezó a debatirse abiertamente en mítines partidarios, congresos y conferencias sionistas en las primeras décadas del siglo XX, comenzó a concretarse.

Niñas palestinas obligadas a abandonar sus casas en Jaffa , 1948. UNRWA, S. D. DE AUTOR

En el período que se desarrolla entre la votación de la Resolución 181/47 de la Asamblea General de la ONU -el 29 de noviembre de 1947- y la instauración del Estado de Israel en Palestina -el 15 de mayo de 1948-el movimiento sionista terminó de dar forma y comenzó a ejecutar el Plan Dalet. Esto sucedió en las últimas semanas del gobierno británico y durante la primera guerra árabe-israelí.

Estos sucesos señalan un hito en la Nakba, al provocar el destierro de la mitad de la población palestina. Esto es, 750.000 personas expulsadas que conformaron la primera diáspora de refugiados, en incremento hasta la actualidad.

Lamentablemente, la resistencia palestina no pudo impedir esta expulsión masiva y tampoco el descarado robo de la mayor parte de sus tierras -amparada en una Recomendación de la ONU, no aceptada e incumplida de hecho por las partes- pero tuvo más éxito en la derrota de la memoria oficial sionista.

La contra-memoria palestina está en directa confrontación con los logros de una Nakba proyectada para hacer olvidar el nombre de Palestina como entidad geográfica, histórica, cultural y nacional.

El historiador palestino Joseph Massad, sostiene que la contra-memoria palestina está en directa confrontación con los logros de una Nakba proyectada para hacer olvidar el nombre de Palestina como entidad geográfica, histórica, cultural y nacional. Esa resistencia palestina es lo único que explica el incompleto trabajo de la Nakba y su brutalidad siempre creciente. El Estado de Israel y sus partidarios internacionales siguen insistiendo en que los palestinos tienen la obligación de reconocer la Nakba como un hecho del pasado y aceptar su derrota. Aceptar también su expulsión, su ciudadanía de tercera dentro del Estado de Israel, aceptar la conquista de 1967 y sus consecuencias…

El pueblo palestino no enfrenta un dominio colonial clásico, que busca la apropiación de sus recursos naturales, la explotación de su fuerza de trabajo, el endeudamiento de su economía, la subordinación de su desarrollo y la limitación de la soberanía; sino que resiste a la Nakba, un proyecto colonial de conquista y ocupación territorial para la implantación de grupos foráneos y su desplazamiento forzado, en tanto pueblo autóctono de Palestina.

Como toda respuesta ejercita el sumud, la inquebrantable firmeza, la indeclinable perseverancia, el arraigo por siempre en su milenaria tierra y el sueño indómito de emancipación.

Profesor Gabriel Sivinian es coordinador de la Cátedra de Estudios Palestinos “Edward Said”– Facultad de Filosofía y Letras (UBA).
[email protected]


  1. Pappe, Ilan (2007); “Historia de la Palestina Moderna. Un territorio, dos pueblos”; Madrid; Ediciones Akal; p.37.
  2. Una obra de consulta obligatoria para profundizar en los vínculos establecidos entre el movimiento sionista y las autoridades otomanas fue escrita por el historiador armenio soviético John Sahakí Kirakosyan. Específicamente, en su cuarto capítulo detalla las gestiones y servicios prestados por Theodor Herzl al Sultanato, que le valieron se condecorado con la Orden Medjidie y, principalmente, el vínculo de prominentes figuras del Comité Unión y Progreso y el nacionalismo judío. Ver: Kirakosyan; John Sahakí; “Jóvenes Turcos. Antecedentes históricos y geopolíticos del Genocidio Armenio”; Buenos Aires; Ediciones Ciccus; 2015.
  3. Las expresiones pertenecen al Capítulo X, “Intereses Británicos en Palestina” del libro “Inglaterra y Palestina” del periodista y escritor inglés mencionado. Se encuentra citado en: Ibarlucía, Miguel; “Israel, Estado de conquista”; Editorial Canaán; Buenos Aires; 2017; segunda edición ampliada; apartado VI, Apéndice, parte III “El sionismo como herramienta de la estrategia colonial británica”; páginas 128-129.
  4. La Declaración Balfour se encuentra citada como fuente de legitimación en lo que eufemísticamente se denomina “Declaración de Independencia del Estado de Israel”. Allí adquiere status de antecedente jurídico y simbólico fundamental, un texto que no es más que una confesión de parte del carácter colonial del proyecto anglo-sionista. A través de ese documento del Foreign Office británico, comprometía los esfuerzos de su gobierno para crear, en un territorio sobre el cual no le asistía derecho alguno, un hogar nacional para un colectivo humano extranjero, sin mediar consulta alguna a los nativos.

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